jueves, 30 de enero de 2014

OTRO POCO DE CALMA, CAMARADA; / César Vallejo






OTRO POCO DE CALMA, CAMARADA;

un mucho inmenso, septentrional, completo,
feroz, de calma chica,
al servicio menor de cada triunfo
y en la audaz servidumbre del fracaso.
Embriaguez te sobra, y no hay
tanta locura en la razón, como este
tu raciocinio muscular, y no hay
más racional error que tu experiencia.
Pero, hablando más claro
y pensándolo en oro, eres de acero,
a condición que no seas
tonto y rehuses
entusiasmarte por la muerte tánto
y por la vida, con tu sola tumba.
Necesario es que sepas
contener tu volumen sin correr, sin afligirte,
tu realidad molecular entera
y más allá, la marcha de tus vivas
y más acá, tus mueras legendarios.
Eres de acero, como dicen,
con tal que no tiembles y no vayas
a reventar, compadre
de mi cálculo, enfático ahijado
de mis sales luminosas!
Anda, no más; resuelve,
considera tu crisis, suma, sigue,
tájala, bájala, ájala;
el destino, las energías íntimas, los catorce
versículos del pan: ¡cuántos diplomas
y poderes, al borde fehaciente de tu arranque!
¡Cuánto detalle en síntesis, contigo!
¡Cuánta presión idéntica, a tus pies!
¡Cuánto rigor y cuánto patrocinio!
Es idiota
ese método de padecimiento,
esa luz modulada y virulenta,
si con sólo la calma haces señales
serias, características, fatales.
Vamos a ver, hombre;
cuéntame lo que me pasa,
que yo, aunque grite, estoy siempre a tus órdenes.


César Vallejo


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martes, 28 de enero de 2014

José Emilio Pacheco (1939-2014)





Un poeta novohispano

Como se ahogaba en su país y era imposible
decir una palabra sin riesgo
Como su vida misma estaba en manos
de una sospecha una delación un proceso
el poeta
llenó el idioma de una flora salvaje
              Proliferaron
estalactitas de Bizancio en sus versos

Acaso fue rebelde acaso comprendió
     la ignominia de lo que estaba viviendo
El criollo resentido y cortés al acecho
     del momento en que se adueñaría de la patria ocupada
por hombres como sus padres en consecuencia
     más ajenos más extranjeros más invasores todavía

Acaso le dolió tener que escribir públicamente tan sólo
     panegíricos versos cortesanos
Sus poemas verdaderos en los que está su voz
     los sonetos
que alcanzan la maestría del nuevo arte
     a la sombra de Góngora es verdad
pero con algo en ellos que no es enteramente español
     los sembró noche a noche en la ceniza

Han pasado los siglos y alimentan
una ciega sección de manuscritos


***




Un marine

Quiso apagar incendios con el fuego.
Murió en la selva de Vietnam
y en vano. 

José Emilio Pacheco



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sábado, 25 de enero de 2014

“El ángel del eterno invierno”: Una variante de Escrito en la estela del último ángel caído V (1993) Julio Vélez Sainz





“El ángel del eterno invierno”: Una variante de Escrito en la estela del último ángel caído V (1993)
Julio Vélez Sainz / UCM

Recientemente Vicente Carmona nos ha hecho llegar a un grupo de amigos un poema manuscrito de Julio Vélez. En él encontramos una versión con variantes de la tirada 5 de Escrito en la estela del último ángel caído (Madrid, Libertarias, 1993). Mantengo los criterios genéticos de edición en los que se muestra, de manera clara, el proceso de composición, los titubeos y las opciones elegidas por el poeta. Por ejemplo, la edición permite observar una intencionalidad a la hora de utilizar el registro bíblico-religioso: de un “árbol” que guarda “secretos” pasamos a un “manzano” que guarda sus “frutos” en evocación del del Edén (Génesis III.6-20).
El cambio más significativo tiene lugar con respecto al primer verso que pasa de ser “El ángel del eterno invierno” a “El ángel, dentro de la noche”, posiblemente en el intento de evitar el eco albertiano. Recordemos que en Sobre los ángeles, el de Sanlúcar, pinta varios ángeles invernales: en “El ángel superviviente” se lee”Acordáos.La nieve traía gotas de lacre”; en el “El ángel del carbón” se le describeFeo, de hollín y fango. ¡No verte!

Antes, de nieve, áureo, en trineo por mi alma”. El original se encuentra en el Museo Andalucista Fundación Blas Infante. Es una buena manera hacerse con el método compositivo de mi padre.
Cito la versión impresa por la edición canónica, Julio Vélez, Materia y sombra: Poesía completa, eds. Anthony Leo Geist, María Ángeles Pérez López y Julio Vélez-Sainz, Salamanca, Diputación de Salamanca, 2012, p. 206 y por la edición de Libertarias/Prodhufi, 1993.



(Detalle del manuscrito)

Versión impresa

El ángel, dentro de la noche,
extendió sus alas y soles luminosos
en un laberinto de nubes y estrellas
para resguardar de la lluvia
                            a la espada del fuego prohibido.
El frío pobló los mares
y el manzano rojo
guardó sus frutos
en el cofre de los centinelas
del olvido.

Los guerreros de la memoria
tensaron los arcos y bajaron los trastes
del saz hasta la fuente
                            en la que nacen las preguntas.





Versión manuscrita

El ángel del gran externo eterno invierno / extendió sus alas y ropas / bajo la noche / para resguardar de la lluvia / a la espada del fuego prohibido.


El frío pobló los mares /  y el árbol manzano rojo guardó / sus secretos frutos / en el cofre de los centinelas del olvido.

Los guerreros de la memoria / tensarán las arcas / y bajarán los trastes / del saz hasta el lugar en el que nacen hasta la fuente de la que nacen / las preguntas.


Para Vicente.    
Este es otro modo
de abrazar.   

(Bosquejo de firma con la cabeza de un gallo)

Julio.     

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jueves, 23 de enero de 2014

El albatros / Charles Baudelaire




El albatros 

Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío surcando los amargos abismos.

Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a remos.

Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
Aquél, mima cojeando al planeador inválido!

El Poeta es igual a este señor del nublo,
Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.

Charles Baudelaire



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martes, 21 de enero de 2014

Los ladrillos / Tonino Guerra




Los ladrillos

Mi abuelo hacía los ladrillos
mi padre hacía los ladrillos
yo hago ladrillos también:
¡ay, los ladrillos! Pero no tengo mi casa.

Hice la nueva iglesia del Sufragio
hice las casas más bonitas del pueblo
hice las torres, los puentes y los balcones
y la gran villa del patrón, bien ubicada
pero no tengo mi casa
.


Tonino Guerra


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domingo, 19 de enero de 2014

ISABEL BONO / HOJAS SECAS MOJADAS




hambre
Espero con impaciencia el día en que los árboles entren en mi casa para vaciarme la despensa.


naviamente
Ha pasado tanto tiempo, que ya no sé si alguna vez quisimos un barco o siempre nos conformamos con mirar el mar.


el silencio está sobrevalorado
Tengo ganas de que un pájaro rompa el cristal de la ventana y llene con mis gritos esta habitación.


dolor sin querer
Hay días en los que me duele la luz y todo lo que va a sobrevivirme.


harina de fuerza
Me huelen las manos a masa cruda como si acabara de matarte.


comunicación
Con lo fácil que hubiera sido decir: no me sueltes.


souvenir de la prisa
No da igual vivir o morir. Hay que vivir si estás vivo y correr si está lloviendo. Correr hacia la lluvia con nuestros mejores zapatos.


la primera ducha caliente de septiembre
Me desperté temblando, me duché sentada. Pájaros no había. El dolor de la luz me hizo llorar. No sé si es a esto a lo que llamarán miedo. No tengo experiencia, no sé si el miedo adelgaza.


bellas malas artes
Una casa en el bosque, membrillos sin prisa, héroes desnudos, suicidas muy valientes. Los museos están llenos de hermosas mentiras.


souvenir del frío
Salíamos a la calle sin dinero en los bolsillos. Salía el aliento tan denso de nuestras bocas como si hubiésemos fumado toda la noche. Salíamos a la calle con las manos en los bolsillos. Salía el aliento de nuestras bocas como si nos hubiésemos besado toda la noche.


Isabel Bono
( HOJAS SECAS MOJADAS, editorial: “LA ISLA DE SILTOLÁ”)



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viernes, 17 de enero de 2014

César Vallejo / LOS NUEVE MONSTRUOS




LOS NUEVE MONSTRUOS


I, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de sér, dolernos doblemente.
Jamás, hombres humanos,
hubo tánto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tánto cariño doloroso,
jamás tan cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tánta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.
Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rousseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar...
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más)
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tánto cajón,
tánto minuto, tánta
lagartija y tánta
inversión, tánto lejos y tánta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.


César Vallejo


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miércoles, 15 de enero de 2014

La economía es una ciencia / Juan Gelman (1930-2014)






La economía es una ciencia 


En el decenio que siguió a la crisis
se notó la declinación del coeficiente de ternura
en todos los países considerados
o sea
tu país
mí país
los países que crecían entre tu alma y mi alma
de repente duraban un instante y antes de irse
o desaparecer dejaban caer sábanas
llenas de nuestros sexos
que salían volando alrededor como perdices.
¿Quiere decir que cada vez que hicimos el amor
dejábamos nuestros sexos allí,
y ellos seguían vivitos y coleando como perdices suavísimas?
Qué raro, mirá que lavábamos las sábanas
con subordinación y valor
para que los jugos de la noche pasada
no inauguraran el pasado
y ningún pasado pusiera una oficina entre nosotros
para ordenarnos el hoy
porque el alma amorosa es desordenada y perfecta
tiene mucha limpieza y lindura
se necesita todo un Dios para encerrarla
como le pasó a Don Francisco
que así pudo cruzar el agua fría de la muerte.
Es bien raro eso de nuestros sexos volando
pero recuerdo ahora que cada vez que yo entraba en tu sexo
y me bañaban tus espumas purísimas con impaciencia
y dulzura y valor
me parecía oír un pajarerío en el bosque de vos
como amor encendiendo otro amor,
o más, es cierto que cada vez nuestros sexos resucitaban
y se ponían a dar vueltas entre ellos
como maripositas encandiladas por el fuego
y se querían morir de nuevo
buscando incesantemente la libertad
y había un país entre la vida y la muerte
donde todo era consolación y hermosura
y no poseíamos nuestro corazón
y nuestros sexos se perdían como almas en la noche
y nunca más los volvíamos a ver para entender
estudio los índices de la tasa de inversión bruta
los índices de la productividad marginal de las inversiones
los índices de crecimiento del producto amoroso
otros índices que es aburrido hablar aquí
y no entiendo nada.
La economía es bien curiosa
al pequeño ahorrista del alma lo engañan en Wall Street
los sueldos de la ternura son bajos
subsiste la injusticia en el mercado mundial del amor,
el aprendiz está rodeado de nubes que parecen elefantes,
eso no le da dicha ni desdicha
en medio de las razones
las redenciones
las resurrecciones.
Se lleva el alma a la nariz para sentir tus perjúmenes
estoy viendo volar los pajaritos que te salían del sexo
mejor dicho
de más allá todavía
de todo lo que valías
o brillabas
o eras
y dabas como jugos de la noche.


Juan Gelman



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lunes, 13 de enero de 2014

3 poemas de Lois Pereiro





CURIOSIDAD
  
Saber que uno está cerca de la muerte
y el cuerpo es un paisaje de batalla:
una carnicería en el cerebro.

¿Permitirías tú, amor desierto,
que en esta fiebre penitente abriese
la última puerta y la cerrase
tras de mí, sonámbulo e impasible,
o pondrías el pie
entre ella y el destino?


Noviembre, 92



XXV
  
Déjate devorar por quien te escoja
ahora que eres una luz evadida
de la oscuridad que te había capturado.

Déjate devorar
e impide fieramente
que te vuelva a habitar y te contagie
tu latente sombra irrevocable.


Julio, 95



TRANSMIGRACIÓN
  
Esta energía ya no va a tener fin,
no fue creada ni será destruida.
Irá ocupando diferentes vidas,
transformándose en emociones ajenas
tatuadas en otros cuerpos paralelos,
en simultáneas procesiones
sin pausa.

En un cálido universo apasionado
me voy dosificando con usura,
hasta que llegue la hora de volver,
cansado y feliz,
al punto de partida.



Agosto, 95




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viernes, 10 de enero de 2014

LOS CANTOS DE MALDOROR del Conde de Lautrémont




LOS CANTOS DE MALDOROR  del Conde de Lautrémont


CANTO PRIMERO

Ruego al cielo que el lector, animado y momentáneamente tan feroz como lo que lee, encuentre,
sin desorientarse, su camino abrupto y salvaje, a través de las desoladas ciénagas de estas páginas sombrías y llenas de veneno, pues, a no ser que aporte a su lectura una lógica rigurosa y una tensión espiritual semejante al menos a su desconfianza, las emanaciones mortales de este libro impregnarán su alma lo mismo que hace el agua con el azúcar. No es bueno que todo el mundo lea las páginas que van a seguir; sólo algunos podrán saborear este fruto amargo sin peligro. En consecuencia, alma tímida, antes de que penetres más en semejantes landas inexploradas, dirige tus pasos hacia atrás y no hacia adelante, de igual manera que los ojos de un hijo se apartan respetuosamente de la augusta contemplación del rostro materno; o, mejor, como durante el invierno, en la lejanía, un ángulo de grullas friolentas y meditabundas vuela velozmente a través del silencio, con todas las velas desplegadas, hacia un punto determinado del horizonte, de donde, súbitamente, parte un viento extraño y poderoso, precursor de la tempestad. La grulla más vieja, formando ella sola la vanguardia, al ver esto mueve la cabeza, y, consecuentemente, hace restallar también el pico, como una persona razonable, que no está contenta (yo tampoco lo estaría en su lugar), mientras su viejo cuello desprovisto de plumas, contemporáneo de tres generaciones de grullas, se agita en ondulaciones coléricas que presagian la tormenta, cada vez más próxima. Después de haber mirado numerosas veces, con sangre fría, a todos los lados, con ojos que encierran la experiencia, prudentemente, la primera (pues ella tiene el privilegio de mostrar las plumas de su cola a las otras grullas, inferiores en inteligencia), con su grito vigilante de melancólico centinela que hace retroceder al enemigo común, gira con flexibilidad la punta de la figura geométrica (es tal vez un triángulo, aunque no se vea el tercer lado, lo que forman en el espacio esas curiosas aves de paso), sea a babor, sea a estribor, como un hábil capitán, y, maniobrando con alas que no parecen mayores que las de un gorrión, porque no es necia, emprende así otro camino más seguro y filosófico.
Lector, quizás desees que invoque al odio en el comienzo de esta obra. ¿Quién te dice que no has de olfatear, sumergido en innumerables voluptuosidades, tanto como quieras, con tus orgullosas narices, anchas y afiladas, volviéndote de vientre, semejante a un tiburón, en el aire hermoso y negro, como si comprendieras la importancia de ese acto y la importancia no menos de tu legitimo apetito, lenta y majestuosamente, las rojas emanaciones? Te aseguro que los dos deformes agujeros de tu horroroso hocico, oh monstruo, se regocijarán, si te dispones de antemano a respirar tres mil veces seguidas la conciencia maldita de lo Eterno. Tus narices, desmesuradamente dilatadas por la inefable satisfacción, por el éxtasis inmóvil, no pedirán otra cosa al espacio, embalsamado de perfumes e incienso, pues se colmarán de una dicha completa, como los ángeles que habitan en la magnificencia y la paz de los gratos cielos.





En sólo unas líneas estableceré que Maldoror fue bueno durante los primeros años de su vida y vivió dichoso; dicho está, luego se apercibió de que había nacido perverso: ¡fatalidad extraordinaria!
Ocultó su carácter como pudo, durante un gran número de años, pero al final, a causa de esa
reconcentración que no le era natural, cada día la sangre le subía a la cabeza, hasta que no pudiendo soportar más semejante vida, se arrojó resueltamente por la senda del mal... ¡atmósfera dulce!
¿Quién lo hubiera dicho? Cuando besaba a un niño de rostro rosado hubiera querido rebanarle las mejillas como con una navaja, y muy a menudo lo hubiera hecho, si la Justicia, con su largo cortejo de castigos, no lo hubiera impedido cada vez. No era mentiroso, confesaba la verdad, y se decía cruel. Humanos, ¿habéis oído? ¡Se atreve a repetirlo con esta pluma que tiembla! Así, pues, existe un poder más fuerte que la voluntad... ¡Maldición! ¿Querría la piedra sustraerse a las leyes de la gravedad? Imposible. Imposible, si el mal quisiera conjugarse con el bien. Es lo que yo decía más arriba.
Aquí hay quienes escriben para conseguir los aplausos de los hombres, por medio de nobles
cualidades del corazón que la imaginación inventa o que ellos puedan tener. ¡Yo hago servir mi genio para pintar las delicias de la crueldad! Delicias no pasajeras ni artificiales, sino que, al
comenzar con el hombre, terminarán con él. ¿No puede el genio aliarse con la crueldad en las
resoluciones secretas de la Providencia? ¿O porque se sea cruel se tiene que carecer de genio? La
prueba se verá en mis palabras; vosotros sólo tenéis que escucharme, si queréis... Perdón, me pareció que los cabellos se me habían erizado, pero no es nada, pues con mi mano he conseguido colocarlos fácilmente en su primera posición. El que canta no pretende que sus cavatinas sean algo desconocido, al contrario, se satisface de que los pensamientos altivos y perversos de su héroe estén en todos los hombres.
He visto, durante toda mi vida, sin una sola excepción, a los hombres de hombros estrechos realizar numerosos actos estúpidos, embrutecer a sus semejantes, y pervertir a las almas por todos los medios. A los motivos de su acción le llaman: la gloria. Viendo esos espectáculos, he querido reír como los demás; pero eso, extraña imitación, era imposible. Tomé un cuchillo cuya hoja tenía un filo acerado y me sajé la carne en los sitios donde se unen los labios. Por un instante creí haber conseguido mi objeto. Contemplé en un espejo la boca maltratada por mi propia voluntad. ¡Fue un error! La sangre que brotaba abundante de las dos heridas pedía, por otra parte, distinguir si en verdad era la de los otros. Pero después de unos instantes de comparación, vi bien que mi risa no se parecía a la de los humanos, es decir, que yo no reía. He visto a los hombres de cabeza fea y ojos terribles hundidos en las oscuras órbitas, superar la dureza de la roca, la rigidez del acero fundido, la crueldad del tiburón, la insolencia de la juventud, el furor insensato de los criminales, las traiciones del hipócrita, a los comediantes más extraordinarios, la fuerza de carácter de los sacerdotes, y a los seres más ocultos al exterior, los más fríos del mundo y del cielo, dejar a los moralistas que descubran su corazón, y hacer recaer sobre ellos la cólera implacable de las alturas. Los he visto a todosa la vez, con el puño más robusto dirigido hacia el cielo, como el de un niño ya perverso contra su madre, probablemente excitados por algún espíritu infernal, con los ojos recargados de un remordimiento punzante y al mismo tiempo vengativo, en un silencio glacial, sin atreverse a manifestar las vastas e ingratas meditaciones que encubría su seno -tan llenas estaban de injusticia y horror-, y entristecer así de compasión al Dios misericordioso; otras veces, a cada momento del día, desde el comienzo de la infancia hasta el fin de la vejez, diseminando increíbles anatemas, que no tenían el sentido común, contra todo lo que respira, contra ellos mismos y contra la Providencia, prostituir a las mujeres y a los niños, y deshonrar así las partes del cuerpo consagradas al pudor.
Entonces las madres levantan sus aguas, sumergen en sus abismos los maderos; los huracanes y los temblores de tierra derriban las casas; la peste y la diversas enfermedades diezman a las familias suplicantes. Pero los hombres no lo perciben. También los he visto enrojecer o palidecer de vergüenza por su conducta en esta tierra; aunque raramente. Tempestades hermanas de los
huracanes, firmamento azulado cuya belleza no admito, mar hipócrita, imagen de mi corazón, tierra de seno misterioso, habitantes de las esferas, universo entero, Dios que los has creado con
magnificencia, a ti te invoco: ¡muéstrame a un hombre bueno! Y entonces, que tu gracia decuplique mis fuerzas naturales, pues ante el espectáculo de ese monstruo, yo puedo morir de asombro: se muere por mucho menos.




Hay que dejarse crecer las uñas durante quince días. ¡Oh, qué dulzura entonces arrancar brutalmente de su lecho a un niño que aún no tiene nada sobre su labio superior, y, con los ojos muy abiertos, hacer el simulacro de pasar suavemente la mano por la frente, inclinando hacia atrás sus hermosos cabellos! Después, súbitamente, en el momento en que menos lo espera, hundir las largas uñas en su tierno pecho, de manera que no muera, pues si muriera no podríamos contar más tarde con el aspecto de sus miserias. A continuación se le bebe la sangre lamiendo las heridas, y durante ese tiempo, que debería durar tanto como la eternidad, el niño llora. Nada hay tan bueno como su sangre, extraída como acabo de decir, y aún muy caliente, a no ser sus lágrimas, amargas como la sal. Hombre, ¿nunca has probado tu sangre cuando al azar te has cortado un dedo? Está muy buena, ¿no es cierto?, pues no tiene ningún sabor. Además, ¿no recuerdas el día en que, en medio de tus lúbricas reflexiones, llevaste la mano en forma de hueco sobre tu rostro enfermizo humedecido por lo que resbalaba de tus ojos, mano que se dirigía luego fatalmente hacia la boca que bebía a largos tragos en esa copa, trémula como los dientes del alumno que mira de reojo a aquel que nació para oprimirlo, las lágrimas? Las lágrimas están buenas, ¿no es cierto?, pues tienen el sabor del vinagre. Se diría las lágrimas de aquella que ama mucho; pero las lágrimas del niño son mejores para el paladar. El niño no traiciona nunca, no conoce todavía el mal: aquella que ama mucho traiciona antes o después... lo adivino por analogía, aunque ignoro qué es la amistad o qué es el amor (y es probable que nunca lo acepte, al menos de parte de la raza humana). Por lo tanto, y puesto que tu sangre y tus lágrimas no te disgustan, aliméntate, aliméntate con confianza de las lágrimas y de la sangre del adolescente.
Véndale los ojos mientras desgarras su carne palpitante, y, después de haber oído durante largas
horas sus gritos sublimes, semejantes a los profundos estertores que en una batalla lanzan las
gargantas de los heridos agonizantes, habiéndote apartado como una avalancha, te precipitarás desde la habitación vecina y harás el simulacro de ir en su ayuda. Le desatarás las manos de nervios y venas hinchadas, devolverás la vista a sus ojos extraviados, y te pondrás a lamer sus lágrimas y su sangre. ¡Qué verdadero es entonces el arrepentimiento! La chispa divina que existe entre nosotros, y que tan raramente se manifiesta, aparece entonces, aunque ¡demasiado tarde! Cómo se derrama el corazón cuando puede consolar al inocente a quien se le ha causado daño: «Adolescente que acabas de sufrir crueles dolores, ¿quién ha podido cometer contigo un crimen que no sé cómo calificar?



¡Desgraciado de ti! ¡Cómo debes sufrir! Si tu madre lo supiera, ella no estaría más cerca de la
muerte, tan aborrecida por los culpables, de lo que yo estoy ahora. ¡Ay! ¿Qué es entonces el bien y el mal? ¿Es la misma cosa, por medio de la cual testimoniamos con rabia nuestra impotencia y la pasión de alcanzar el infinito, incluso por los medios más insensatos? ¿O bien son dos cosas
diferentes? Sí... es mejor que sean una misma cosa... pues, sino, ¿en qué me convertiría el día del
Juicio Final? Adolescente, perdóname: el que se halla ante tu rostro noble y sagrado es el que ha roto tus huesos y desgarrado tu carne, que cuelga de diferentes lugares de tu cuerpo. ¿Es un delirio de mi razón enferma, un instinto secreto que no depende de mis razonamientos, semejante al del águila que desgarra a su presa, lo que me ha empujado a cometer este crimen, y que, sin embargo, me hace sufrir tanto como a mi víctima? Adolescente, perdóname.
Cuando hayamos abandonado esta vida pasajera, quiero que estemos abrazados por toda la eternidad, que formemos un solo ser, mi boca unida a tu boca. Incluso de este modo mi castigo no será completo. Entonces tú me desgarrarás, sin detenerte nunca, con tus dientes y tus uñas a la vez. Adornaré mi cuerpo con guirnaldas perfumadas para este holocausto expiatorio y los dos sufriremos, yo por ser desgarrado, tú por desgarrarme... con mi boca unida a tu boca. ¡Oh adolescente de cabellos rubios y ojos tan dulces!, ¿harás ahora lo que te aconseje? Aunque te pese, quiero que lo hagas, y mi conciencia volverá a ser feliz.» Después de haber hablado así, habrás hecho daño a un ser humano, pero habrás sido amado por el mismo ser: es la mayor felicidad que pueda concebirse. Más tarde podrás internarlo en un hospital, pues el tullido
no podrá ganarse la vida. Te llamarán bueno, y las coronas de laurel y las medallas de oro esparcidas sobre la gran tumba ocultarán tus pies desnudos al rostro anciano. ¡Oh tú, cuyo nombre no quiero escribir en esta página que consagra la santidad del crimen, se que tu perdón fue inmenso cómo el universo! ¡Pero yo existo todavía!


***

miércoles, 8 de enero de 2014

(MIENTRAS LOS DE MIS AÑOS) / Julio Vélez






(MIENTRAS LOS DE MIS AÑOS)

Mientras los de mis años
escribían (me parece bien), yo
estaba en la clandestinidad
y escribía (me parece mejor).
Alzaban sus palabras impolutas
y hermosas (me parece bien),
sus ritmos largos como un cabello
sus cuerpos acrisolados de exilios
y fragmentos por dentro y por fuera.
(Me parece bien.) Sus voces
suaves pronunciando acentos justos
y equilibrados. Quizás algunos laísmos
sin importancia. (Me parece bien.)
Yo vivía. Era mi verso.
(Me parece mejor.)


Julio Vélez



***