sábado, 15 de febrero de 2014

Miguel Sánchez-Ostiz / CIUDAD DE PASO





CIUDAD DE PASO

El mismo y extraño paseante de otras veces
que hoy parece salido de la misma niebla
y recorre despacio el Dédalo de callejuelas
en la mañana de la ciudad vieja,
se asoma a ruinas que huelen a humedad,
a pasada lluvias y a antiguos humos,
mira a través de rejas que dan a estancias
sin techo llenas de zarzas y desperdicios,
escucha blandas campanadas y con un escalofrío
el eco de los pasos que no volverá a dar,
descifra letreros que el tiempo a borrado,
-oficios desaparecidos, mercaderías inservibles-,
se acerca a las vitrinas cerradas de los ropavejeros:
angelotes mutilados, negros de sebo y humo,
relojes descompuestos, baratijas de feriante,
y un búcaro de Meissen tan blasonado
como esas casas tras las que se adivina
el albergue de la malevolencia y el desvarío.

Desde el otro lado del vidrio sucio de una ventana
el paseante es seguido por la mirada fija
y perdida de un hombre enfermo, solo y encerrado.


Miguel Sánchez-Ostiz  (INVENCIÓN DE LA CIUDAD)



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