jueves, 1 de enero de 2015

Álvaro Guijarro





A María Eugenia Motilla Serrano

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GÉNESIS

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María Eugenia, ¿por qué has tardado tanto?...

Yo, viajero de treinta países, zapatos ajados y rostro de comerciante, confesor ante la pluma y mártir de la imagen, te he buscado en cada esquina de todas las ciudades, entre los farolillos rojos que hilan la noche consumando el periplo de las luciérnagas, inspirando a los caballetes de los artistas vulgares, recogidos ante un cuenco de sopa o ante una visión en Francia, por ejemplo, nuestro pueblo de hierro, base de todo aquello que apreciamos.

Nunca es tarde para amar, dicen, pero ya creía negado mi destino.

Soledad, ¿a quién le debes tu suerte?... He saboreado la estrepitosa magnitud del silencio. Gracias a él, he convertido las palabras en oro, el sufrimiento en tiniebla, ¡el odio en espera!... Pero la conferencia de los tristes que se añadían a mi mente ha resultado nociva para la vitalidad que me otorgas, y ahora no puedo sino repudiar el sentido falsamente transparente de esos individuos castrados, que sólo pueblan este mundo para instalar en él una falsa algarabía, una muda sonata con la que es imposible corresponderse, siquiera con señales o danzas de ultratumba.

Es casi una fantasía verte despertar sobre la cama verde, tu tripa tersa como un puñado de harina, tus pestañas tras el dosel de un pañuelo con arabescos, tus piernas de bailarina atadas a mis piernas de mamífero, creando un puzzle continuo, un salvoconducto ideal para la esperanza de saberse unido a alguien con la fuerza con la que irrumpe el rayo sobre el girasol gigante, ¡oh cuerpo!, ¡oh trenza misteriosa hecha de labios y aire!...

Quiero que conozcas que para mí tú eres la razón más importante para contrariar al contubernio de la multitud, la suprema ignorancia y la ausencia de lírica en el hacer de la gente. A tu lado el universo es otro, y la imaginación rebosa de canto como en la bañera de aquel filósofo, inundando la casa, colocando el lavavajillas en el lugar del armario, la estantería en la sombra del tocador, el acuario en la puerta, los peces dando la bienvenida a nuestros invitados una cena de sábado.
  
     Necesario como el aroma del óleo o el rumor subterráneo de un parking abandonado, yo te asumo, y jamás podre despreciarte. Tu idea explota de pura inteligencia, energía de juventud anhelante, carisma y rabia, tienes veinticinco años, y me has encontrado. ¿Cómo? Olvidando el peso de las líneas de tu mano…


Álvaro Guijarro


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Fuente para leer el libro completo aquí: http://mariaeugeniamotillaserrano.blogspot.com.es/


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