sábado, 28 de febrero de 2015

Bukowski





sí sí

cuando Dios creó el amor no ayudó a muchos
cuando Dios creó los perros no ayudó a los perros
cuando Dios creó las plantas estuvo sin más
cuando Dios creó el odio tuvimos una función estándar
cuando Dios me creó me creó
cuando Dios creó el mono Él estaba dormido
cuando creó la jirafa Él estaba borracho
cuando creó los narcóticos Él estaba colocado
y cuando creó el suicidio Él estaba de bajón

cuando te creó tumbada en la cama
Él sabía lo que hacía
Él estaba borracho y estaba colocado
y creó las montañas y la mar y el fuego al mismo tiempo

Él cometió algunos errores
pero cuando te creó tumbada en la cama
se corrió sobre todo Su bendito universo


Charles Bukowski


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miércoles, 25 de febrero de 2015





Batania, pirata neorrabioso, enterado de las últimas propuestas para encerrar con candado al viento, y siempre dispuesto a aplicar su teclado contra los cementerios, ha escrito estas siete diferencias para risa de los sencillos e indignación de los complejos, como catálogo inútil de prevenciones y propuesta tonta de nueva respiración. Por tanto, pulsadas las teclas de la malevolencia, sabiendo que el único futuro es la carcajada, apunta, señala, arriesga, dice:


1

Un poeta miraquelindo de guirnalda y azahares sólo escribe poemas para publicarlos en libro, pues sabe que la impresión es el camino más prestigioso y además el único, y por ello trabaja con el cerrojo echado y las persianas bajadas, no sea que el gato de la vecina le plagie, y apenas concluye un puñado corre al registro como si llevara Residencia en la tierra, pero un poeta neorrabioso de puerro y garbanzos quemados trabaja con las venas abiertas y las ventanas abiertas, lo mismo en el foro que en el blog, en el recital o en la pared, igual con bolígrafo que con Windows, con su voz o con el aerosol, sin publicidad ni Creative Commons, y siempre se acuerda de Bach, al que no le parecía poco componer para la misa del domingo.


2

Un poeta cursilíneo de turquesa y gargantilla siempre se muestra alabancero con los escritores antiguos, a los que eleva a padres conscriptos y gigantes inalcanzables, y gusta de cubrirlos de incienso y enseñanza obligatoria, de forma que a nadie se le ocurre igualarlos, pero un poeta neorrabioso de pedrusco y alcachofa los lee desconfiado y con la sola intención de superarlos, pues sospecha que aquellos viejos también se echaban pedos, y hasta deja notas en el margen de sus libros de Quevedo: “¡Ja! Te equivocaste otra vez, Paco”.


3

Un poeta endecapléjico de jazmín y barra de labios siempre reivindica la humildad en el trabajo, pues sospecha de su falta de pasión y teme al que asoma la cabeza, de forma que sigue escribiendo el mismo poema después de treinta años, pero un poeta neorrabioso de verruga y algarrobo lanza su hambriento hasta más allá de sus límites, a unicornios fuera de sus posibilidades, a ver qué pasa, y luego se ríe con risa de bisonte al notar lo fácil que los alcanza, sorprendido de unas facultades que ni siquiera sospechaba.


4

Un poeta metatísico de astenia y amarilis considera que la realidad es fácil y manida, sucia y concreta, fea y peligrosa, de forma que se asusta mucho de los que utilizan la palabra “berza” en sus poemas, pues él siempre está en búsqueda de absolutos y territorios que cree inexplorados, pero un poeta neorrabioso de cicuta y abrojos ama la realidad y lucha por entenderla, de modo que se asombra ante lo multiforme e inabarcable de lo que le rodea, al punto de que su vida es un continuo descubrimiento: “Ostras”, dice de pronto, “¡ese buzón me ha guiñado un ojo!”


5

Un poeta herbívoro de voluta y cornalina siempre escribe triste, versitriste y megatriste, por más que lleve diez años enamorado y tenga un trabajo de a millón de euros, aparte de dos niños monada que a los cuatro años ya le han aprendido a contar las sílabas, porque cree que el poema es un paño de lágrimas y se puede engañar al lector con el azúcar negro del hacia abajo, pero un poeta neorrabioso de chinarro y espinaca escribe riendo, versirriendo y megarriendo, lo mismo en el bar que en la calle, en el verso que en el reverso, de todos y con todos, lambda, sigma y ómicron, de forma que sus poemas cascabeles enfadan a los jóvenes bigenarios pero agradan a los viejos octogeniales.


6

Un poeta sonsonetista de ámbar y muñequería siempre reivindica el rigor en el verso, y para ello trabaja de acuerdo a las leyes de pesos y medidas, de forma que lo va cubriendo de abalorios hasta hacer del poema un bordado, pero un poeta neorrabioso de cardo y cianuro escribe con la camisa por fuera y el alma por fuera, tan imperfecto como una lechuga o como una manzana, al modo de ese azor que vuela magnífico sin preguntarse por el mecanismo de sus alas.


7

Un poeta poelicía de girasol y heliotropo siempre teme al poeta de talento, al que suele dirigir palabras de rebaja, pues cree que la altura del otro es un desdoro para sí mismo, de forma que le preocupan todas las superioridades que no lleven su nombre, pero un poeta neorrabioso ladronero y carirraído siempre admira a los que son mejores que él y los anima más allá de sus fuerzas, con una emoción que no siente ni consigo mismo, con una intensidad que ni siquiera emplea en su favor.





BATANIA / NEORRABIOSO, Siete nuevas diferencias entre poetas miraquelindos y neorrabiosos, La poesía ha vuelto y yo no tengo la culpa, Madrid, 2014, págs. 216-220




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domingo, 22 de febrero de 2015

Philip Levine / Puedes conseguirlo




 Puedes conseguirlo



Mi hermano llega a casa desde el trabajo
y sube las escaleras hasta nuestra habitación.
Oigo la cama quejarse y sus zapatos caer
uno a uno. Puedes conseguirlo, dice.

La luz de la luna se derrama sobre la ventana
y su rostro sin afeitar palidece
como la cara de la luna. Dormirá
hasta después del mediodía y despertará para descubrir que me he ido.

Treinta años pasarán hasta que yo recuerde
ese momento en que de pronto supe que cada hombre
tiene un hermano que muere cuando él duerme
y duerme cuando se alza para enfrentarse a esta vida,

y ambos, juntos, son solo un hombre
compartiendo un corazón que siempre trabaja, manos
amarillentas y cuarteadas, una boca que boquea
en busca de aliento y respuesta, ¿lo conseguiré?

Toda la noche en la fábrica de hielo había alimentado
la rampa con sus bloques plateados, y después yo
apilé cajas de naranjada para los niños
de Kentucky, un gris furgón por vez

y siempre otros dos esperando. Tuvimos veinte años
por poco tiempo y siempre con
la ropa equivocada, encostrada de suciedad
y sudor. Ahora pienso que nunca tuvimos veinte años.

En 1948, en la ciudad de Detroit, fundada
por De la Mothe Cadillac para las lejanas intenciones
de Henry Ford, nadie nació o murió,
nadie caminó por sus calles o cebó un horno,

porque allí no existió ese año, y ahora
ese año se ha desprendido de los viejos periódicos,
calendarios, citas médicas, bonos,
certificados de matrimonio, permisos de conducir.

La ciudad dormía. La nieve se volvió hielo.
Hielo convertido en charcos o ríos
corriendo en las cunetas. Después la hierba lustrosa surgió
entre miles de cuadrados partidos,

y esa hierba murió. Te devuelvo 1948.
Te doy todos los años desde entonces
hasta el próximo. Devuélveme la luna
y su frágil luz cayendo sobre un rostro
.
Devuélveme a mi hermano, joven, rudo
y furioso, con sus anchos hombros y una maldición
para Dios y unos ojos ardientes con los que contemplaba
la creación y decía: Puedes conseguirlo.



Philip Levine (Detroit, Estados Unidos, 1928-Fresno, Estados Unidos, 2015), New Selected Poems, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1991.
Versión de Jonio González



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jueves, 19 de febrero de 2015

Herrumbrosa y en moho, candelas de la mañana... / Julio Vélez





1       Herrumbrosa y en moho, candelas de la mañana,
saciado en sueños.

2       Cómo
no dolerse de luz escasa si el hueso trastabillea y choca
contra el suelo de la pelota pesada como una canasta que
perdió su mimbre,
soñadora de planetas oscuros y suaves como la pluma o la
greda
y, apenas, habilitada por las gotas del rocío que acunan a las
nubes,
éstas, plomizas, pierden sus hijos de estrellas fugaces.

3       Cómo no dolerse de sangre coagulada en la garganta a borbotones de gritos, ¡ay!, de gritos inundados de barro o semen podrido. Gritos de periódicos extendidos sobre el suelo de las plazas del mundo abrigando los gritos apagados del grito, ¡ay!, de los blancos deshabitados. El grito de los gitanos, ¡ay!, de los gitanos mudos que gritan sus gritos furiosos desde los ríos inundados de duquelas y gritos como un manantial eterno de cloacas luminosas y cienos eléctricos. Cómo no gritarse desde el grito negro de los negros del mundo que gritan sus gritos desde el létigo de la sangre del grito.

El grito de los indios aullando sus gritos desde las praderas sin búfalos y desde el vientre del grito de las montañas del grito. El grito de las mujeres que gritan desde el sótano del grito de las casas. Cómo no ser grito que grita el grito de los afeminados desde el trasero del grito penetrado por el grito macho y seco y podrido.

¡Ay!, cómo no gritar árabe y no gritar judío.

Cómo no gritar desde el grito oscuro del universo desaparecido.


Julio Vélez



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lunes, 16 de febrero de 2015

Paul Celan



“Los poemas están siempre en camino, están en relación con algo, tendidos hacia algo. ¿Hacia qué? Hacia algo que se mantiene abierto y podría ser habitado, hacia un Tú al que se pudiera hablar acaso, hacia una realidad cercana a un habla”.

(Paul Celan)






Habla, tú también,
habla como el último en hablar,
di tu decir

Habla –
Pero no separes del No el Sí.
Da también a tu habla el sentido:
dándole la sombra.

Dale bastante sombra,
dale tanta sombra
como en torno a ti sabes esparcida entre
Medianoche Mediodía Medianoche.

Mira por todas partes:
ve como eso se torna vivo alrededor-
¡En la Muerte! ¡Vivo!
Dice verdad, el que habla de sombra.

Ve como se encoge el lugar en que estás:
¿Adónde quieres ir ahora, tú falto de sombra, adónde ir?
Sube. A tientas, sube.
¡Más delgado, más irreconocible, más fino!
Lo que llegas a ser, más fino: un hilo,

por el que quiere descender, la estrella:
para nadar abajo, abajo del todo,
allí donde se ve
centellear: en la marejada
de las palabras que siempre van.

Paul Celan


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viernes, 13 de febrero de 2015

Chantal Maillard / CONJURO PARA DECIR MENTIRAS Y CONSTRUIR VERDADES





CONJURO PARA DECIR MENTIRAS Y CONSTRUIR VERDADES

«Si a alguien es lícito faltar a la verdad será únicamente
a los que gobiernan la ciudad, autorizados para hacerlo con respecto
a sus enemigos y conciudadanos. Nadie más podrá hacerlo.»
(Platón, República, III)



Cuando cumplí seis años, a cambio de su amor,
mi madre me arrancó la terrible promesa
de no mentir jamás.
Así, igual que un soberano controla al pueblo al que gobierna,
ella me dio la libertad que al necio se le otorga:
actuarás dentro del margen que yo-mis leyes establecen.
No había escapatoria: su ministro de asuntos interiores
tenía su despacho montado en mi conciencia.
Yo la echaba de menos, por eso no traicioné su confianza;
fui fiel a mi promesa.
Pero también, y con el tiempo, quise ser fiel a mis instintos
y extensiva se hizo la verdad al deseo que impulsaba mis actos.
Creo que confundí el orden imperioso del deseo
con el orden común de los Estados,
pues provoqué una guerra.
Después del gran naufragio, ella me preguntó:
¿no podías acaso haber mentido?
En ese instante, entonces, usurpé la corona.

Ser libre no es un don, es una reconquista,
y a menudo es preciso callar y conducir
las palabras al cauce más amable;
es preciso callar para construir
aquella historia que habrá de guardarse
como un largo secreto del que nadie es testigo. Ser libre
es cuidar de un misterio
sobre el que el alma se moldea.
Hay seres que comprenden temprano este principio;
me produce ternura descubrir sus engaños
y comprobar la paz que de ellos resulta;
admiro las mentiras bien trabadas,
la coherencia del engarce, el arte dirigido
hacia un fin; me conmueve
la soledad de aquel que las inventa
y consiente al imperio de su lógica.
El que miente edifica el mundo que conviene
para salvaguardar la ficción de los otros, la legítima
ficción que necesitan contra
la angustia de sentirse
tan solos
sin leyes, sin verdades,
sin ese amor que creen recibir
a cambio de su alma.




Chantal Maillard





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martes, 10 de febrero de 2015

Miguel Torga





CORDIAL

¡No pares, corazón!
Aún tenemos mucho que luchar.
¿Qué sería de los montes y los ríos
de nuestra infancia
sin el amor palpitante que les hemos dado
la vida entera?
¿Qué sería de los hombres desesperados,
desamparados
del abrigo de tus pulsaciones
y de la cadencia sorda de mis versos?
¡No pares!
Sigue latiendo obstinadamente,
mientras yo,
también cansado
pero inconformado,
engaño a la muerte seduciendo a los días
en este deslumbramiento,
confiado
en no sé qué poético adviento
de un futuro inspirado.


Miguel Torga



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sábado, 7 de febrero de 2015

La pupila insomne / Rubén Martínez Villena





La pupila insomne 

Tengo el impulso torvo y el anhelo sagrado
de atisbar en la vida mis ensueños de muerto.
¡Oh, la pupila insomne y el párpado cerrado!...
(¡Ya dormiré mañana con el párpado abierto!)…


Rubén Martínez Villena



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miércoles, 4 de febrero de 2015

VISTA DE DELFT / John Berger





VISTA DE DELFT 


En esa ciudad
al otro lado del océano
donde todo ha sido visto
y cuidan de los ladrillos como de gorriones
en esa ciudad como una carta de familia
leída una y otra vez en un puerto,
en esa ciudad con su biblioteca de tejas
y sus calles recordadas por Johannes Vermeer
que dejó deudas al morir,
en esa ciudad al otro lado del océano
censada por los muertos
y donde no quedan habitaciones
porque la mirada de él las ocupa todas,
donde el cielo aguarda
las noticias de un pájaro,
en esa ciudad que se vierte por los ojos
de los que partieron,
allí
entre dos campanadas matutinas,
cuando se vende el pescado en la plaza
y en las paredes los mapas
muestran la profundidad del mar,
en esa ciudad
me estoy preparando para tu llegada.







Lo que más me reconcilia con mi propia muerte es la imagen de un lugar: un lugar en el que tus huesos y los míos sean sepultados, tirados, desenterrados juntos. Allí estarán desperdigados en confuso desorden. Una de tus costillas reposa contra mi cráneo. Un metacarpio de mi mano izquierda yace dentro de tu pelvis. (Como una flor, recostado en mis costillas rotas, tu pecho). Los cientos de huesos de nuestros pies, esparcidos como la grava. No deja de ser extraño que esta imagen de nuestra proximidad, que no representa sino mero fosfato de calcio, me confiera un sentimiento de paz. Pero así es. Contigo puedo imaginar un lugar en donde ser fosfato de calcio es suficiente.


John Berger,  “Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos”.



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domingo, 1 de febrero de 2015

A Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España. / Pablo Neruda





A Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España

LLEGASTE a mí directamente del Levante. Me traías,
pastor de cabras, tu inocencia arrugada,
la escolástica de viejas páginas, un olor
a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado
sobre los montes, y en tu máscara
la aspereza cereal de la avena segada
y una miel que medía la tierra con tus ojos.


También el ruiseñor en tu boca traías.
Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo
de incorruptible canto, de fuerza deshojada.
Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pólvora
y tú, con ruiseñor y con fusil, andando
bajo la luna y bajo el sol de la batalla.


Ya sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes
que para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego
azul.
Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho,
te escucho, sangre, música, panal agonizante.


No he visto deslumbradora raza como la tuya,
ni raíces tan duras, ni manos de soldado,
ni he visto nada vivo como tu corazón
quemándose en la púrpura de mi propia bandera.


Joven eterno, vives, comunero de antaño,
inundado por gérmenes de trigo y primavera,
arrugado y oscuro como el metal innato,
esperando el minuto que eleve tu armadura.


No estoy solo desde que has muerto. Estoy con los que
te buscan.
Estoy con los que un día llegarán a vengarte.
Tú reconocerás mis pasos entre aquellos
que se despeñarán sobre el pecho de España
aplastando a Caín para que nos devuelva
los rostros enterrados.


Que sepan los que te mataron que pagarán con sangre.
Que sepan los que te dieron tormento que me verán
un día.
Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre
en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos
de perra, silenciosos cómplices del verdugo,
que no será borrado tu martirio, y tu muerte
caerá sobre toda su luna de cobardes.
Y a los que te negaron en su laurel podrido,
en tierra americana, el espacio que cubres
con tu fluvial corona de rayo desangrado,
déjame darles yo el desdeñoso olvido
porque a mí me quisieron mutilar con tu ausencia.


Miguel, lejos de la prisión de Osuna, lejos
de la crueldad, Mao Tse-tung dirige
tu poesía despedazada en el combate
hacia nuestra victoria.
Y Praga rumorosa
construyendo la dulce colmena que cantaste,
Hungría verde limpia sus graneros
y baila junto al río que despertó del sueño.
Y de Varsovia sube la sirena desnuda
que edifica mostrando su cristalina espada.


Y más allá la tierra se agiganta,
la tierra
que visitó tu canto, y el acero
que defendió tu patria están seguros,
acrecentados sobre la firmeza
de Stalin y sus hijos.
Ya se acerca
la luz a tu morada.
Miguel de España, estrella
de tierras arrasadas, no te olvido, hijo mío,
no te olvido, hijo mío!
Pero aprendí la vida
con tu muerte: mis ojos se velaron apenas,
y encontré en mí no el llanto,
sino las armas
inexorables!
Espéralas! Espérame!


Pablo Neruda


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