miércoles, 25 de febrero de 2015





Batania, pirata neorrabioso, enterado de las últimas propuestas para encerrar con candado al viento, y siempre dispuesto a aplicar su teclado contra los cementerios, ha escrito estas siete diferencias para risa de los sencillos e indignación de los complejos, como catálogo inútil de prevenciones y propuesta tonta de nueva respiración. Por tanto, pulsadas las teclas de la malevolencia, sabiendo que el único futuro es la carcajada, apunta, señala, arriesga, dice:


1

Un poeta miraquelindo de guirnalda y azahares sólo escribe poemas para publicarlos en libro, pues sabe que la impresión es el camino más prestigioso y además el único, y por ello trabaja con el cerrojo echado y las persianas bajadas, no sea que el gato de la vecina le plagie, y apenas concluye un puñado corre al registro como si llevara Residencia en la tierra, pero un poeta neorrabioso de puerro y garbanzos quemados trabaja con las venas abiertas y las ventanas abiertas, lo mismo en el foro que en el blog, en el recital o en la pared, igual con bolígrafo que con Windows, con su voz o con el aerosol, sin publicidad ni Creative Commons, y siempre se acuerda de Bach, al que no le parecía poco componer para la misa del domingo.


2

Un poeta cursilíneo de turquesa y gargantilla siempre se muestra alabancero con los escritores antiguos, a los que eleva a padres conscriptos y gigantes inalcanzables, y gusta de cubrirlos de incienso y enseñanza obligatoria, de forma que a nadie se le ocurre igualarlos, pero un poeta neorrabioso de pedrusco y alcachofa los lee desconfiado y con la sola intención de superarlos, pues sospecha que aquellos viejos también se echaban pedos, y hasta deja notas en el margen de sus libros de Quevedo: “¡Ja! Te equivocaste otra vez, Paco”.


3

Un poeta endecapléjico de jazmín y barra de labios siempre reivindica la humildad en el trabajo, pues sospecha de su falta de pasión y teme al que asoma la cabeza, de forma que sigue escribiendo el mismo poema después de treinta años, pero un poeta neorrabioso de verruga y algarrobo lanza su hambriento hasta más allá de sus límites, a unicornios fuera de sus posibilidades, a ver qué pasa, y luego se ríe con risa de bisonte al notar lo fácil que los alcanza, sorprendido de unas facultades que ni siquiera sospechaba.


4

Un poeta metatísico de astenia y amarilis considera que la realidad es fácil y manida, sucia y concreta, fea y peligrosa, de forma que se asusta mucho de los que utilizan la palabra “berza” en sus poemas, pues él siempre está en búsqueda de absolutos y territorios que cree inexplorados, pero un poeta neorrabioso de cicuta y abrojos ama la realidad y lucha por entenderla, de modo que se asombra ante lo multiforme e inabarcable de lo que le rodea, al punto de que su vida es un continuo descubrimiento: “Ostras”, dice de pronto, “¡ese buzón me ha guiñado un ojo!”


5

Un poeta herbívoro de voluta y cornalina siempre escribe triste, versitriste y megatriste, por más que lleve diez años enamorado y tenga un trabajo de a millón de euros, aparte de dos niños monada que a los cuatro años ya le han aprendido a contar las sílabas, porque cree que el poema es un paño de lágrimas y se puede engañar al lector con el azúcar negro del hacia abajo, pero un poeta neorrabioso de chinarro y espinaca escribe riendo, versirriendo y megarriendo, lo mismo en el bar que en la calle, en el verso que en el reverso, de todos y con todos, lambda, sigma y ómicron, de forma que sus poemas cascabeles enfadan a los jóvenes bigenarios pero agradan a los viejos octogeniales.


6

Un poeta sonsonetista de ámbar y muñequería siempre reivindica el rigor en el verso, y para ello trabaja de acuerdo a las leyes de pesos y medidas, de forma que lo va cubriendo de abalorios hasta hacer del poema un bordado, pero un poeta neorrabioso de cardo y cianuro escribe con la camisa por fuera y el alma por fuera, tan imperfecto como una lechuga o como una manzana, al modo de ese azor que vuela magnífico sin preguntarse por el mecanismo de sus alas.


7

Un poeta poelicía de girasol y heliotropo siempre teme al poeta de talento, al que suele dirigir palabras de rebaja, pues cree que la altura del otro es un desdoro para sí mismo, de forma que le preocupan todas las superioridades que no lleven su nombre, pero un poeta neorrabioso ladronero y carirraído siempre admira a los que son mejores que él y los anima más allá de sus fuerzas, con una emoción que no siente ni consigo mismo, con una intensidad que ni siquiera emplea en su favor.





BATANIA / NEORRABIOSO, Siete nuevas diferencias entre poetas miraquelindos y neorrabiosos, La poesía ha vuelto y yo no tengo la culpa, Madrid, 2014, págs. 216-220




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